Regresar al Home

Regresar a Novedades
   

“HISTORIA DE UN CARISMA” de Eduardo Bonnín

por D. ANTONIO PÉREZ RAMOS Vicario Judicial Catedrático Derecho Canónico en Universidad Illes Balears Consiliario MCC de Mallorca

Señoras y Señores, Cursillistas, familiares y simpatizantes del Movimiento de Cursillos, amigos todos:

Voy a tratar, en breve parlamento, sobre la HISTORIA DE UN CARISMA, a la que pienso se podría subtitular libro - revelación y testimonio de la quintaesencia del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, libro de alcance que, junto a Signos de esperanza ( 1998 ) y Aprendiz de cristiano ( 2002 ) forman una trilogía magnífica, fascinante, estelar, en que brilla con luz propia el genuino pensamiento del fundador seglar de un movimiento laical en el seno de la Santa Madre Iglesia.

Estamos, efectivamente, ante una auténtica revelación, que es, por añadidura, providencial, pues sale en el momento justo, oportuno, el más conveniente en la Historia de la salvación en la que se inserta nuestro Movimiento eclesial.

Libro transmisor de un mensaje peculiar, que no deja al lector indiferente, que desmonta prejuicios y aclara malentendidos; que despierta creciente interés y produce la positiva sensación de que uno va navegando por entre páginas que irradian por todos sus poros trasparencia y sinceridad, marchamo natural de lo auténtico; que infunde la complacencia de que se van descorriendo ante tus ojos el velo de algo escondido, arcano, rayano en la frontera del misterio.

Libro convertido en revelación a través de una secuencia de hechos a guisa de otros tantos hitos que enmarcan la génesis, el nervio eclesiológico y cristocéntrico y el desarrollo de unas ideas-fuerza, encarnadas en vivencias, las fundacionales del Movimiento, eje y armazón a la vez de su carisma.

Ideas y carisma que, con el tiempo, algunos intentaron tergiversar, subvertir, mancillar, secuestrar y hasta prostituir; y a los que, en ocasiones, como en la aparición del “Manifiesto” de 1981, ha habido que decir con la incontrovertible legitimidad de la auctoritas, muy distinta de la potestas – de que versan los juristas - lo que un día Ortega a los desviacionistas de su tiempo: “ ¡No es eso, no es eso! ”, puesto que, en la filosofía perenne, el ser y la verdad se identifican. Y porque, según el imperativo evangélico, al Espíritu no se le debe apagar, ni acallar su voz, ni es lícito que sus exigencias sean jamás objeto de rebajas o de negociación.

Tal es la defensa que Eduardo ha venido haciendo siempre, como otro Pablo de Tarso, por la causa de Cursillos, y que en estos días de plenitud histórica – valga el pletórico lenguaje bíblico – no ha podido menos de sacar a la pública luz con hidalguía en las páginas de esta Historia, la de un carisma, el que se confiara a un hombre fuera de la común, a un ínclito maestro y guía de tantos hermanos en la fe. Empezando por la “Jerusalén” de su propia tierra y para bien ”de los abundantísimos grupos de cristianos de toda la Iglesia en los cinco continentes, que se han reencontrado con Jesucristo el Señor, gracias a los Cursillos”, tal como reconoció, en 1972, el recordado Obispo Teodoro, al principio de su ministerio en esta Diócesis.

Con esta HISTORIA, con visos de best-seller, se nos acerca un testigo, fiel como pocos, honesto por definición, de talante recio, elegido de Dios para ejercer el ministerio de la profecía, en el más estricto sentido teológico, empezando por su propia tierra. Con lo ímprobo que es misionar entre hermanos, incluídos los de una misma fe simplemente heredada, cual atestiguan la Historia Sagrada y la del propio Jesús de Nazaret.

Misión profética que, contra viento y marea, Eduardo no ha dejado de llevar adelante desde sus años mozos hasta los de su venerable ancianidad, al más puro estilo apostólico, el de los hombres tocados por el Espíritu Santo.

Esta, es, pues, la primera y principal connotación, la más relevante y meritoria, el perfil que más destaca entre los muchos que tiene el libro que hoy y aquí me cabe el honor de presentar. Aunque, todo bien considerado, mis palabras van a ser ociosas, innecesarias, tanto respecto de este libro singular que se presenta por sí mismo; como dado quien es su prestigioso autor, tan conocido dentro y fuera de nuestras fronteras.

Pero hay más: A la consideración de libro-revelación se une, en HISTORIA DE UN CARISMA, la de ser un libro- testimonio. Nota ésta que realza y completa a la primera. Pues revelación y testimonio se interaccionan formando un todo en nuestro caso.

Y ya, sin más considerandos, pasamos a espigar en el propio autor del libro, en el “único superviviente” de lo que sucedió aquel pentecostés de los años cuarenta en esta bendita tierra de Mallorca. He aquí lo mejor de su relato, lo que se desprende de textos antológicos eduardianos:

“Es una pena, aunque no lo parezca, ser el único testigo de ciertos sucesos acaecidos de los cuales, sin propiciarlo ni desearlo, he tenido que ser el único y principal protagonista...”

Estamos, pues, ante un testigo de excepción, y ante un libro que poco tiene que ver con unas memorias al uso, o con un alegato “pro vita sua”. Y mucho menos con un libro-protesta, aun con tener ribetes y salpicaduras de denuncia evangélica.

Eduardo lo que acaba de escribir es en defensa de una causa, la de Cursillos, y en orden a clarificar, definitivamente, sus esencias, las fundacionales. Y eso, movido por un deber de conciencia.

¿Motivaciones concretas? Sí, varias, las que se contienen en la impresionante y conmovedora confesión que aletea en el decurso de la obra:

1ª. Para vindicar el agravio de que la primigenia idea de los Cursillos fue clerical y no seglar;

2ª. Para proclamar toda la verdad frente a quienes, quizá sin pretenderlo, torcieron la ruta que el Movimiento de Cursillos podría haber seguido, de no haber sido en cierta manera secuestrado; no obstante las oportunas y enérgicas protestas de su iniciador, propulsor y mantenedor, que no fueron atendidas;

3ª. Para poner de manifiesto que el Movimiento de Cursillos, en una atenta escucha a la voz del Espíritu, se dirige prioritariamente a los alejados;

4ª. Para lanzar a los cuatro vientos lo que, por fidelidad al propio convencimiento, un testigo sin igual no puede callar por más tiempo llevándose a la tumba unas verdades que son historia de la Iglesia – la Iglesia “grande” que llamara el malogrado teólogo Manuel Bauzá - ya que Cursillos va más allá de las malhadadas “ideas fundamentales”, que no son sino una degeneración de las “fundacionales”.


Y a partir de ahí, Señoras y Señores, creo que se puede captar perfectamente lo pretendido, el enfoque, el hilo conductor del libro objeto de esta presentación.

Un libro que se lee de corrido, desde el principio. Diríamos que te engancha hasta devorarlo casi de un tirón. Eso, por lo menos me ocurrió a mí, un memorable 7 de agosto, cuando su autor tuvo la gentileza de ofrecérmelo personalmente, en primicia.

Libro, en muchos momentos, genial y brillante como el que más, fruto, expresión, y muestra de la franqueza de que hace gala quien sostiene que libertad es poder decir lo que uno piensa.

Lo que se evidencia especialmente en la correspondencia epistolar mantenida desde 1990 a 1997 entre Eduardo y el P. Cesáreo Gil, destacado Consiliario de Cursillos en Venezuela.

Cursillos cuyas Ideas y Carisma dicho Consiliario no entendió en absoluto. O entendió a medias, que es peor todavía.

De ahí que la correspondencia Eduardo- P. Cesáreo, viva, dialéctica, apasionante, tocando las grandes cuestiones candentes de fondo, constituya el meollo y centro del presente libro. Hasta el punto que su publicación justifique por sí sola y con creces la aparición en letra impresa de tan jugoso debate epistolar, con que, por lo demás, se enriquece la más reciente literatura cursillista.

Véase, en prueba de lo que afirmamos, como - contestando a una carta del P. Cesáreo, de julio de 1990 - Eduardo escribía abiertamente, sin rodeos, ni paliativos:

“El tiempo que llevamos en la santa aventura de los Cursillos nos patentiza con contundente evidencia que lo único que puede interesar y que de hecho interesa, y mucho, al hombre de hoy es que su libertad se encuentre con el Espíritu de Cristo... El soltadle y dejadle ir” de Cristo a Lázaro le situó sin duda en un panorama más amplio y efectivo que si le hubiera recordado la obligación de frecuentar el templo... Que no se empañe la diafanidad del mensaje...Los Cursillos son todavía una realidad no realizada...”

Y en otro lugar el discurso de Eduardo evoca actitudes, talante, coraje, resonancias paulinas:

Así, a la reflexión resignada del Cardenal Danneels de que “para reevangelizar nuestra sociedad la Iglesia debe proveerse de instrumentos nuevos de los que aún no disponemos,” Eduardo, ávido lector, sintióse virtualmente interpelado y salió al paso, lúcido, intrépido, incontinenti, para espetar en sus adentros al purpurado:

”Yo, el último de los cristianos, estoy tentado de escribirle al cardenal para decirle que hace más de cuarenta años ese instrumento apostólico existe ya..., pero la dificultad es la de siempre..., los hermanos mayores de los hijos pródigos de hoy tienen la misma envidia que los de ayer, y los cristianos de la primera hora prefieren verlos circuncidados y cumplidores fieles de la Ley, a sentirse que les adelantan en la fe viva, en la esperanza confiada y en la caridad simple, y por simple, naturalmente atractiva y contagiosa”...

Retomando la carta dirigida al P. Cesáreo, Eduardo llegó a recriminarle, en el punto más caliente de la polémica: “La cosa más lesiva que se podría hacer a una persona es prostituir su pensamiento... Los que iniciamos los Cursillos nos vemos en ese trance”.

En otra de 30 de septiembre de 1990: “Los Cursillos tienen que servir a la misma finalidad que reclama su esencia; emplearlos para que los mismos de siempre sigan con lo mismo de siempre es desvirtuarlos. La razón de ser de la Iglesia no es la misma Iglesia, sino la humanidad”.

Y en la de 18 de noviembre de 1990: A la vista del llamado “Proyecto de actualización de Ideas Fundamentales”:

“La autoridad puede ejercerse hasta para cargarse la historia. Vd. la mutila callando unos hechos por el simple motivo de no haberlos vivido...Vd. cogió... ya el tren de los Cursillos en marcha y la información que posee, además de mutilada, es de segunda mano. Los Cursillos descafeinados, sin punta seglar-seglar no van a estorbar jamás la digestión de los buenos. A los que les ha gustado siempre mandar en el Movimiento de Cursillos les cuesta comprender que todos los seglares... están ya insertos en el mundo, en el suyo, donde los ha plantado Dios. El compromiso... tiene que ser con Cristo, en la Iglesia, y por lo fundamental cristiano. Lo mejor del hombre es su capacidad de amistad. Hoy la gente es demasiado lista para dejarse manejar. No hay puesto para lo impuesto. Estoy defendiendo algo que vale más que yo mismo”.

Y una última cita, tomada de la carta de 2 de enero de 1991: “Confieso que a veces tengo cierta implacable fiereza cuando defiendo lo que veo verdadero... Sigo creyendo que hay demasiado Evangelio para tan poco mundo. Yo soy terrible y descaradamente optimista. Creo que el mundo muchas veces ha estado peor. Si acudo a mis credenciales de combatiente desde siempre por los Cursillos es porque también siempre me han tachado de intruso al pretender meter baza en algo que sabía bien cómo era por haberlo estudiado, rezado y vivido”.


Con esta antología de textos, donde aparecen las esencias de lo fundamental cristiano, radiales del carisma: persona, libertad, amistad, convicción, sinceridad, amor, criterio, normalidad, alegría, vida, pasadas por el tamiz del estilo chispeante, a modo de greguerías a lo Gómez de la Serna, estimo que se justificaría el subtítulo que indiqué al empezar mi disertación, de libro-revelación y testimonio de HISTORIA DE UN CARISMA.

Libro cuya aparición no podía retrasarse por más tiempo, dada la edad del carismático; y sobre todo habida cuenta de la actitud adversa a Eduardo y a los Cursillos genuinos fundados por él, materializada en algunos círculos eclesiales o más bien clericales ( entiéndase clerical en el sentido peyorativo, o sea de clérigos excluyentes de lo seglar o de los seglares en la Iglesia). Entre ellos se contaba el P. Cesáreo, quien aprovechó la coyuntura de las I Conversaciones de Cala Figuera, del 1994, a propósito del cincuentenario del primer Cursillo de la Historia, para “ex catedra” negar la procedencia u origen estrictamente seglar de Cursillos de Cristiandad, vertiendo dicho clérigo, al primer envite, viejas y enconadas polémicas de veinte años atrás, surgidas del anárquico crecimiento de la semilla, que confundió “fundamental” con “fundacional”, o sea lo espúreo con lo genuino.

Un contratiempo que entiendo fue providencial para que el verdadero depositario del carisma sentenciara, como testigo y protagonista de primera hora, que el primer cursillo fue en 1944, y no en 1949. Oigamos su refutación, rotunda, digna de un orador parlamentario: “Éramos entonces solamente seglares y nos lanzamos a dar el primer cursillo, aunque en la misma clausura claramente dijimos que no pararíamos hasta dar un cursillo en la luna”.

Digo más: Al poco tiempo, esto es, al celebrarse en 2002 las II Conversaciones de Cala Figuera, se volvieron a producir las consabidas discrepancias respecto de las ideas fundacionales y del carisma, procedentes del confusionismo causado a los referidos hermanos de más allá del Atlántico, amén de otras mixtificaciones o malformaciones endémicas, recurrentes periódicamente en lugares próximos a nuestras costas. Todo lo cual- y esto es lo grave - con afectación al ser mismo de los verdaderos Cursillos, a aquello que hace que sean lo que son en origen y lo que han de ser por destino.

Pues bien, advertido el percance, Eduardo ha intensificado sus desvelos llamando a la unidad, con caridad, pero sin ceder en la defensa de la verdad, por más que ésta – en la forma eduardiana de expresarse – no necesita de flotadores. Una defensa, empero, sin perder el ánimo, sabedor como es de que la contradicción y la persecución son señas de identidad de todo fundador y, en su caso, parte de su largo curriculum de “aprendiz de cristiano”, que no rehúsa gastarse y desgastarse como el Apóstol, con tesón, ingenio y sacando fuerza de flaqueza.

Y es en este contexto donde cobra, asimismo, sentido y explicación, el esfuerzo de nuestro hombre incombustible de cara a la edición de su último libro, el que comentamos.

A todo lo cual añádese otra razón coyuntural incidente sobre Eduardo y la causa de Cursillos y que justifica, asimismo, no sólo la necesidad sino la urgencia de HISTORIA DE UN CARISMA, a saber que aquellos “necesitan hoy de una institucionalización, que no se puede improvisar, a fin de que nuestra acción pueda resultar a la larga más eficaz, contando, por supuesto, y sobre todo con el Espíritu Santo y considerando los criterios como superiores a la norma”.

He ahí la cita textual de la significativa aportación de Eduardo, el año 2000, al Estatuto para el Movimiento de Cursillos en Italia. Precedente que, en mi opinión, le legitima y provee de buena credencial de cara a ser tenido en cuenta su testimonio cuando, al parecer, se está ultimando en la Curia Romana el Estatuto de Cursillos para la Iglesia Universal, al igual que viene ocurriendo con otros Movimientos Laicales. Además le avala el figurar junto a otros seis fundadores en la emblemática obra “Signos de esperanza”, escrita por el Vice-Presidente del Pontificio Consejo de Laicos, el año 1998.

En todo caso, en esta hora histórica y trascendental de discernimiento, si por la razón que fuere, no acudiera el mensajero, conviene que a las mentadas instancias de la Jerarquía llegue, ojalá que a tiempo, el mensaje del autor de la HISTORIA DE UN CARISMA, esto es, lo mejor del pensar, respaldado por el hacer, de un hombre que ha hecho de Cursillos el norte de su vida, de sus de sus afanes y de sus ilusiones; de quien con su “divina impaciencia” nos ha implicado en la ilusionante aventura por Cristo y por los hermanos a tantos millones de hombres y de mujeres en el universo mundo.


Señoras y Señores:

A la hora de cerrar esta presentación, quisiera compartir con Vds. mis sentimientos, mis votos, mis augurios:

1º. Un sentimiento de profunda gratitud a su autor, por el servicio que con este nuevo libro va a prestar al Movimiento de Cursillos; con la seguridad de que, en palabras de Juan Pablo II, por su medio va a hacer más creíble y visible la presencia salvadora del Señor ( discurso a los Cursillistas de 7 de mayo de 2001 ). Justamente cuando Cursillos van hacia la madurez eclesial ( Discurso del Papa a los participantes en un encuentro promovido por el Movimiento, el 4 de mayo de 2002).

2º. Un sentimiento de alegría por lo que significa conocer la verdad de Cursillos en sus fuentes. Una verdad que libera. Y una libertad que no es otra que la de los hijos de Dios.

3º. Un sentimiento de esperanza, serena, confiada, pues, como recordaba el Cardenal Ratzinger en 1995, en Informe sobre la fe, todos los Movimientos de Iglesia plantean problemas y comportan mayores o menores peligros. A sabiendas de que esto es connatural a toda realidad viva; que el Espíritu es más poderoso que nuestros proyectos; y que la Iglesia – también en el decir de Juan Pablo II - es siempre una Iglesia del tiempo presente y no mira su herencia como un tesoro del pasado caduco, sino como una poderosa inspiración para avanzar en la peregrinación por caminos siempre nuevos.

Y yo apostillo, con Eduardo en la plaza de San Pedro en agosto de 2000, que en el peregrinar de Cursillos se acompasan, codo a codo, la unidad con la variedad. Oigámosle: “La actitud del hombre o de la mujer ante lo personal y vital - que es el área de influencia del Cursillo – es siempre la misma en todas las latitudes, lugares y culturas”.

4º. Por último, agradezco a la numerosa concurrencia su amable atención; auguro al libro el éxito y la aceptación que se merece; a los lectores deseo el disfrute de sus páginas; a la Fundación FEBA, el más cordial reconocimiento por el acierto en la iniciativa y la diligencia en tan importante publicación. Y a Eduardo Bonnin, que nos preside, de nuevo, gracias y que siga muchos años entre nosotros, que le queremos y le necesitamos.


Antonio Pérez Ramos
Palma de Mallorca, 2 de octubre de 2003.



 

Regresar al Home


Editorial De Colores
C.C. 10 - CP 1878 - Quilmes Este - Buenos Aires - Argentina
Teléfono / Fax: (54-11) 4253-4293
E-mail:
info@editorialdecolores.com.ar